viernes, 24 de julio de 2015

Recordamos al querido profesor Gregorio Klimovsky

Fuente: http://portal.educ.ar

Gregorio Klimovsky es reconocido como uno de los mayores especialistas en epistemología de Latinoamérica. Estudió matemática en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, de la que llegó a ser decano. Fue profesor emérito de dicha universidad y director del Departamento de Humanidades de la Universidad Favaloro. Su labor desbordó ampliamente el campo de la matemática cuando comenzó a abarcar disciplinas como la ética y la metodología de la investigación científica. Es entonces cuando comienza a ser considerado –a partir de su labor en el Colegio Libre de Estudios Superiores– como uno de los iniciadores de la lógica y la filosofía de la ciencia en la Argentina.
“Los pobres necios que se negaron a mirar por el telescopio de Galileo sabían lo que traían entre manos; si veían las lunas de Júpiter, se verían obligados a creer lo que no deseaban creer; por lo tanto, resultaba más sabio no mirar.”

Nada mejor que esta cita de John M. Ziman (El conocimiento público) para despedir a uno de los pensadores más brillantes que tuvo la Argentina.

El 19 de abril de 2009 dejamos de tener a Klimovsky físicamente pero su legado nos permitirá seguir manteniendo interminables conversaciones acerca de los grandes temas humanos. Temas que exploró con una profundidad y sensibilidad inusitadas, abriendo y multiplicando caminos realmente maravillosos.

Gregorio Klimovsky es reconocido como uno de los mayores especialistas en epistemología de Latinoamérica de la actualidad. Estudió matemática en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, de la que llegó a ser decano. Fue profesor emérito de dicha universidad y director del Departamento de Humanidades de la Universidad Favaloro.

Su labor desbordó ampliamente el campo de la matemática cuando comenzó a abarcar disciplinas como la ética y la metodología de la investigación científica. Es entonces cuando comienza a ser considerado –a partir de su labor en el Colegio Libre de Estudios Superiores– como uno de los iniciadores de la lógica y la filosofía de la ciencia en Argentina.

Los números en la vida de un grande

Como buen matemático, asocia su historia de vida académica y personal con los números –dice Diana Cazaux, periodista científica que conversó con él largamente–: 9 veces lo echaron de universidades, 7 son sus pasiones intelectuales, 3 son los Premios Konex (uno de Brillante y dos de Platino) que coronaron su actividad, 8 son los doctorados Honoris Causa que ha recibido, 8000 son los libros que acuña en su biblioteca, 50 son sus años de casado y 33 son las piedras que colecciona en una canastita que está sobre su escritorio. Cientas son las horas que ha dictado clase, y miles quienes han sido sus alumnos.

Cazaux no fue la única privilegiada en compartir charlas con el científico y filósofo argentino. Cuando trabajaba junto al Dr. René Favaloro –otro gran humanista que dejó un extraordinario legado a los argentinos– tuve el honor de conversar largamente con Klimovsky para preparar un libro sobre ética.

Recordar algunos de su pensamientos y reflexiones es una hermosa manera de rendir homenaje a este lúcido y generoso hombre que seguirá iluminando nuestras indagaciones en todos los campos del saber.

Extractos de la entrevista Las elecciones responsables frente a las supersticiones académicas, publicada en el libro Conversaciones sobre ética y salud (Centro Editor de la Fundación Favaloro / Torres Agüero Editor, 1997).

En aquella oportunidad le pregunté a Klimovsky:

—Cuando hablamos de ética solemos recurrir a los planteos de la tragedia griega. MacIntyre opina que la tarea moral del protagonista trágico puede llevarse a cabo mejor o peor –con independencia de la elección realizada entre las alternativas rivales– pues de antemano no hay elección correcta que pueda hacer. El protagonista trágico puede comportarse heroicamente o no, generosamente o no, con elegancia o sin ella, prudente o imprudentemente. Llevar a cabo esa tarea mejor antes que peor será hacer lo que es mejor para él o ella como individuo, como padre o hijo, como ciudadano o miembro de una profesión. ¿Podríamos vernos a cada uno de nosotros como personajes trágicos cotidianos, tan solo por el hecho de que a cada momento estamos tomando decisiones?

Dr. Gregorio Klimovsky: Ordinariamente los problemas de ética se ligan a indecisiones que se presentan cuando en una situación hay dos o más vías posibles entre las que se puede elegir. La cuestión ética radica en cuál de esas elecciones posibles favorece más al género humano o en el caso particular a los directamente involucrados. En el sentido negativo sería cuál de ellas perjudica más o contraviene principios éticos.

Sin embargo, hay una relación más complicada que conecta el tema ético con el tema del conocimiento. Pero, por lo general, en los tratados de ética médica y de biomedicina dicha relación queda relegada al olvido. Por ello, es conveniente plantear qué elementos quedan involucrados cuando se tiene que tomar una decisión.

Notemos que este es, por ejemplo, el problema de la medicina: ante un síntoma, un síndrome o una enfermedad el médico tiene que elegir un curso de acción, y según cómo lo haga dicha elección tendrá efectos positivos o negativos. De hecho, entonces, la responsabilidad del médico es muy grande desde el punto de vista ético, pues estamos hablando de una elección que a veces involucra sufrimiento, alivio del sufrimiento, prolongación de la vida o recuperación de un estado de bienestar. Una elección efectuada de manera defectuosa sería para la justicia algo así como un delito culposo, aunque no implique mala intención.

—¿Qué es lo que tiene que tener en cuenta una persona que tiene que tomar una decisión, ya sea política, individual o frente a un proyecto?

Dr. Gregorio Klimovsky: La idea es que existen tres grandes factores de conocimiento y filosóficos que intervienen a la hora de tomar una decisión. En primer lugar, uno se propone un objetivo frente a una decisión. La decisión no es algo arbitrario sino que implica actuar de manera tal que, por ejemplo, un síntoma desaparezca, o bien se trata de elegir entre varios proyectos alguno que revista interés nacional o bien se toma una decisión de carácter político-económico para asegurar el valor de una moneda o la conveniencia o no de aceptar un préstamo.

Cuando pretendemos alcanzar un objetivo, el paso inicial consiste en preguntarnos si desde el punto de vista lógico –debido a la estructura de los conceptos involucrados para pensar el proyecto o por las deducciones y creencias que de alguna manera están involucradas en el planteo del objetivo– hay o no contradicciones. Si las hubiere, el proyecto sería directamente inaplicable y el objetivo no se podría lograr. Así lo señala el principio lógico de no contradicción: una situación no puede ser y no ser simultáneamente.
Por consiguiente, lo primero que tenemos que hacer frente a un proyecto, ante un objetivo o una toma de decisión es interrogarnos acerca de la estructura lógica del proyecto o de la elección, y esto implica pensarlo correctamente desde el punto de vista lógico.

Luego debemos analizar si las afirmaciones o composiciones que efectuamos al pensar la elección se contradicen.

La contradicción puede surgir no solo de una oposición directa entre una tesis A y no A, sino también de cuestiones deductivas. A veces el objetivo o la elección son complejos y se expresan en muchas frases. Estas y las deducciones que se pueden realizar a partir de ellas son las que en ocasiones generan contradicción. Un conjunto de decisiones que lleva a contradicción es él mismo contradictorio y en consecuencia impracticable. Por ello, insistimos en el aspecto lógico, en la práctica del hábito de análisis lógico del conocimiento que como acabamos de ver implica varias incógnitas y problemáticas simultáneas. Esto es algo que quien tiene la responsabilidad de tomar decisiones debe aprender a dominar.
Pero el asunto no concluye aquí. Dentro de las posibles elecciones no contradictorias que quedan –una vez que se eliminan las que la lógica rechaza– todavía existe todo un espectro de posibilidades del que hay que escoger. Es cuando entra en escena un segundo factor o dimensión: el conocimiento.

El conocimiento cimentado según las leyes y teorías científicas nos indica lo que es fácticamente posible llevar a cabo. Una elección puede parecer lógica, no ser contradictoria y, sin embargo, imposible de realizar –ya sea por la falta de una técnica específica disponible o simplemente porque no hay forma de violentar las leyes naturales para lograrlo–. Este es un punto muy importante; si no hay información científica adecuada no puede haber una nítida discriminación entre proyecto razonable desde el punto de vista científico y proyecto absurdo de acuerdo con nuestros conocimientos de las propiedades de la realidad.

El conocimiento es la segunda dimensión implícita –aparte de la lógica– que interviene en la toma de decisiones. Si no hay un marco de conocimiento científico adecuado la decisión parece ser algo hecho casi “al boleo”, una especie de apuesta un tanto azarosa que termina muy mal.


-Si partimos de la hipótesis de que ninguna persona vive realmente la vida que pretende sino la que resulta de su interacción con los demás, de su relación con otras personas, el relato de la vida de cualquiera es parte de un conjunto de relatos interconectados. Si somos “co-autores” de nuestra vida ¿cómo podemos compatibilizar nuestras propias necesidades con las de los que nos rodean sin alejarnos de nuestras intenciones, realizando elecciones auténticas?

Dr. Gregorio Klimovsky: Justamente para compatibilizar entra en juego el tercer factor al que aludimos. Aún eliminadas las elecciones, proyectos u objetivos que la lógica y el conocimiento científico consideran inadmisibles restan -probablemente- varias posibilidades más y aquí es donde aparece la dimensión ética de las decisiones.

El factor ético nos permite valorar y justipreciar la importancia o la conveniencia de las elecciones restantes. La reflexión ética nos ayuda a discernir cuál de las elecciones beneficia verdaderamente a la humanidad, a la nación o al enfermo.

Este es un problema de valores y tocaría el tema de la axiología, esa “parte” de la filosofía que se ocupa de cuál es la naturaleza de los valores y cómo de alguna manera tenemos una responsabilidad hacia ellos.

Hay elecciones lógicas, no contradictorias y fácticamente posibles pero condenables desde el punto de vista ético. Uno puede imaginar un médico que entre los cursos de acción que lógica y científicamente son factibles para tratar de suprimir un síntoma o una enfermedad elija el que le reporta honorarios más altos. La elección se basa, sin duda, en un criterio puramente económico. El valor que respalda la toma de esta decisión no es un valor ético por lo que la elección resulta defectuosa.

La reflexión ética -en cierto modo- nos compromete, por ejemplo, a un médico a favorecer al paciente y no exigir de él más de lo necesario para conseguir un resultado positivo.

La ética es también una combinación de conocimiento científico con problemas filosóficos. Es en parte científica porque no se pueden imponer principios éticos para cuya consecución haya que violentar leyes naturales o posibilidades tecnológicas. Este es el defecto que muchas veces tienen ciertas ideologías que son éticamente muy defendibles pero que en determinadas situaciones no se pueden aplicar porque contradicen leyes.

En el caso de la medicina, por ejemplo, no cabe duda que aquellas cosas que son éticamente elegibles para actuar sobre el enfermo tienen que considerar en su “peso valorativo” el conocimiento de las leyes (y teorías científicas) para saber si lo que se está eligiendo es posible de realizar.

La esencia de la ética es la problemática filosófica que indaga en qué consiste lo bueno y lo malo éticamente, qué es obligatorio, qué está permitido y qué está prohibido y, en general, todo aquello relacionado con el compromiso y el deber. Si nuestro discurso fuera el de la ciencia jurídica, tendríamos un problema más que es el de la responsabilidad, la culpa y el castigo.

Finalmente el profesor Klimovsky se refería a las variables que entraban en juego en el trabajo de investigación.

Dr. Gregorio Klimovsky: Los experimentos que realiza un investigador pueden ser brillantes y extremadamente convincentes para él pero deben probar su validez ante otros antes de resultar aceptables. Un solo observador, por honrado que sea -si suponemos que lo es-, puede engañarse pero para precisión científica resulta esencial que otros también lo vean.

El método científico es el instrumento adecuado para validar o no las observaciones. Sus normas intrínsecas permiten investigar sin perder de vista tanto los potenciales alcances como las verdaderas limitaciones. Es cierto que se necesita más valor para rechazar un resultado experimental que para aceptarlo incondicionalmente pero éste, y no otro, es el camino a seguir.

Las suposiciones enquistadas, las subjetividades, las creencias personales, la adhesión incondicional a teorías aún no probadas, el seguir una “moda científica” por una inclinación que podríamos denominar estética, el apego narcisista a las propias convicciones no fundamentadas contribuyen a la gestación de una especie de “superstición académica” que hay que desterrar.

La experimentación es el puente entre lo empírico y lo teórico. La sustancia básica de la teoría es la lógica y junto al razonamiento lógico aceptamos a la matemática, el cálculo y toda clase de pensamiento formal. Nadie duda hoy de que la mayor parte de la matemática es absolutamente correcta, en el sentido de que sus teoremas se derivan con rigor de sus acciones. También esto constituye conocimiento científico y como ya señalamos las tres dimensiones del problema a la hora de tomar una decisión son: la lógica, el conocimiento y la ética.

Por ejemplo, si un médico no está al tanto de las nuevas teorías, no tiene los conocimientos necesarios sobre biofísica y química biológica, no comprende la compleja interrelación de los procesos del organismo, su delicada homeostasis e incluso su cibernética, si no tiene ni idea de cómo puede influir un fármaco o una droga nueva en el mecanismo celular peca por ignorante y esta ignorancia lo conduce al error sistemático.

Esto me recuerda un episodio sucedido en la Universidad de La Plata, en una de las épocas funestas que le tocó vivir a nuestro país, cuando -una vez más- el nivel de formación de profesionales dejaba mucho que desear. Reunidos en el patio de la Facultad de Medicina, profesores y estudiantes debatían la situación educativa, los contenidos de los programas de estudio, la calidad de los docentes y las posibles medidas a tomar, cuando un hombre se levantó y dijo: “Sólo me resta hacer una invocación para que las cosas mejoren de alguna forma y no haya médicos brutos como yo que atiendan a la gente el día de mañana”.

Prof. Dr. Gregorio Klimovsky (Buenos Aires, 18 de noviembre de 1922 - 19 de abril de 2009).

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